UN FARO EN UNA PLAYA DESIERTA
Después de mas de 35 viajes a Florianópolis cualquiera podría suponer que conozco todas las playas de la isla de Santa Catarina, pero durante muchísimos años algunas playas me fueron esquivas. La culpa obviamente no es de las playas, sino lisa y llanamente mía ya que por fiaca, miedo o desconocimiento no me aventuré a conocerlas. Lugares como Piscinas Naturais, Lagoinha do Leste y Naufragados estuvieron en mi lista de deseos durante años y años, en Enero 2015 finalmente pude tachar a dos de esa lista de pendientes y hoy voy a hablarles de una de ellas, y muy pronto de otra.
Las tres playas mencionadas tienen todas algo en común, algo que fue siempre una de las excusas para no ir, y a la vez una de las razones por las que mas ganas tenía de hacerlo; no se puede acceder a ellas con vehículos, no hay ruta ni camino que permita llegar en auto, hay que caminar por senderos o navegar desde otra playa para llegar.
Con un cielo encapotado y a punto de estallar la tormenta que imaginé pasajera, me decidí a conocer la mas alejada de las 3 playas. Estaba empacado en conocer Naufragados ese día, se me estaban terminando los días de vacaciones y ni siquiera una lluvia torrencial iba a detenerme esta vez por que si no la conocía ese día no iba a poder conocerla hasta otro año. El problema es que estaba en Canasvieiras y sin auto. Para llegar a Naufragados tuve que tomar 4 colectivos. Uno hasta la terminal de Integración de Canasvieiras (Tican), otro hasta Florianópolis (Ticen), de allí otro a Rió Tavares (TiRio) y por fin uno que me llevara hasta Tapera, playa desde donde sale el sendero que lleva a Naufragados. El periplo de micros me atrasó mas de lo que imaginé aunque la espera en cada terminal fue mínima. El costo total del viaje, R$3.10 ya que nunca salí de las terminales. Durante todo el viaje iba mirando por la ventanilla reabsorbiendo paisajes ya conocidos, pero eternamente diferentes, siempre es un placer volver a pasar por Riberâo da Ilha y ver esas casitas coloridas tan lindas construidas por los azorianos que poblaron la isla.
El micro termina en Tapera, allí pega la vuelta hacia la terminal con lo cual es imposible pasarse. Para los que van en auto, allí hay estacionamientos, al menos 2 y algunos bares algo improvisados. Entre los dos estacionamientos sale el sendero que lleva a Naufragados, los primeros metros son relativamente planos y con fazendas a ambos lados, en cuanto llegue a un bar del lado derecho paré a beber un delicioso "caldo de cana" que consiste en el jugo de la caña de azúcar obtenido tras aplastar dos cañas de unos 40 cm cada una. No le agregan agua, ni nada mas, es puro jugo de caña dulce, super energético para la caminata y muy refrescante en los días calurosos y húmedos como era este. Bebí tranquilamente mi jugo y seguí la caminata. A partir de ese puestito comienza a ser mas empinado el camino casi con una inclinación de una escalera no tan cómoda. Aún no llovía y la tierra colorada bajo mis pies era firme y con salientes de rocas cada tanto que ayudaban a afirmar cada paso. Al terminar de subir la cuesta la vegetación dejó de ser la de un campo y comenzó a ser la de la característica mata atlántica del sur de Brasil. Árboles delgados y altos, plantas y helechos de verde penetrante, lianas, barbas de líquenes, bromelias salvajes y jazmines del aire, todo empapado en un sudor caldoso debido a la humedad, en especial yo que encima estaba caminando a paso firme y algo veloz.
Cada tanto el camino era lo suficientemente recto como para notar que delante mio no caminaba nadie en mi misma dirección, al menos no a una distancia lo suficientemente corta, y tampoco podía ver u oír a nadie viniendo desde atrás, en cambio sí me crucé con varios grupos que venían dejando la playa, seguramente espantados por la proximidad de la tormenta inminente. Y lo bien que hacían en irse antes de que empiece a llover! Yo continué mi camino decidido fervientemente a conocer Naufragados ese día. Llevaba ropa extra en la mochila por si se me mojaba la que tenía puesta.
Ahora se que mas o menos a mitad de camino fue cuando comenzó a lloviznar, en ese momento no sabía si faltaba mucho, poco, nada o si estaba en un camino equivocado, todo lo que sabía era que estaba lloviendo y que la gente solo caminaba en dirección opuesta a la mía. Pero no me desanimé, al contrario, pensé que sería una aventura mayor.
La llovizna dejó de ser tal y se convirtió en un gran aguacero justo cuando se abrió un claro en el camino y pude ver el mar. Corrí a refugiarme bajo el techo de uno de los 2 bares que hay sobre la playa. El bar en ese momento era un caos de gente almorzando cómodamente sentada y de gente refugiándose de la lluvia con todas sus ropas mojadas. Me abrí paso entre la multitud y me ubiqué de tal manera de poder ver mejor la playa apenas abriera un poco la tormenta.
Esperé por unos 20 minutos y poco a poco la tormenta fue disminuyendo. Mientras algunos decidieron volverse a sus casas, yo, que estaba a mas de 70km del hotel, no iba a darme por vencido por unas gotas, no ahora que estaba empapado de pies a cabeza. Me senté en una de las sillas que quedaron libres al irse parte la multitud, me sequé y me puse una remera que traía en la mochila. Intenté tomar algunas fotos, pero aún estaba bastante nublado y lloviznaba.
Mientras esperaba que cesara completamente de llover mi mente comenzó a pensar en el camino de regreso, imaginaba algo de barro en algunos sectores, pero nada podía hacer a esta altura, ya estaba aquí y no me iba a ir sin haber tocado el mar de la playa de Naufragados. Repentinamente un trueno sonó con fuerza y cayó otro aguacero, pero antes de que pudiera amargarme ya estaba parando nuevamente. Esta vez ya casi no caían gotas y el cielo dejaba translucir algunos rayos de sol aunque del celeste cielo no había ni noticias. Tomé mi mochila de la silla en la que la había apoyado y comencé a caminar por la playa en dirección a la punta de la derecha. Allí, sobre el morro y a unos 600 metros del final de la playa se podía apreciar la punta de un faro y era allí a donde yo estaba decidido llegar ese día.
La arena de Naufragados es firme, la playa es amplia y si bien el día no me lo permitió apreciar en su esplendor, el color del mar es maravillosamente azul intenso con unos toques turquesas en la cercanía de la costa y las rocas. Las olas son grandes pero como la arena es casi plana rompen muy lejos de la playa. Antes de llegar al final de la playa hay un arroyo que desemboca al mar y que se cruza caminando sin ningún problema ya que el agua como mucho llega a los tobillos, al menos ese día fue así. Desde el arroyo pude ver a un grupo de personas refugiándose de la ahora casi extinta lluvia, estaban apiñados dentro de una especie de caverna formada por varias piedras enormes, una de ellas haciendo las veces de techo a mas o menos el triple de altura de una persona. Una enredadera la cubría casi por completo y caía como una cortina por el borde de la roca hacia la boca de la caverna.
Dejé atrás esa caverna y comencé a trepar el morro por el sendero. Este sendero me pareció un poco mas complicado que el de llegada a la playa, pero es corto y tampoco es tan terrible, el problema era que la vegetación allí es muy baja y no protege al camino, así que era casi todo barro y costaba escalar algunas partes por que las zapatillas patinaban. Agradecí haber venido en zapatillas, de haberlo hecho en ojotas ya tendría las dos piernas quebradas. Jamás vayan a un sendero en ojotas, aun los días de sol son peligrosos para ir en ojotas, los pies transpiran y la humedad hace que el pie se desplace de lado. Todos los tropezones feos que vi en mis vacaciones fueron de gente que estaba en ojotas metiéndose en caminos y piedras que no fueron hechos para ese calzado.
A unos 300 metros me encontré con unos carteles que indicaban cañones a la derecha, faro a la izquierda. Tomé el camino a la derecha, que al estar en la ladera de la montaña en realidad era para arriba. Es un camino corto y al llegar arriba hay 2 o 3 cañones viejos y abandonados pero con un aspecto mas de una guerra de estas épocas que de la época de la colonia.
No se si era el día gris, la soledad o que, pero no me sentí para nada cómodo allí aunque tenía vista tanto hacia Naufragados como hacia el continente, tomé una foto casi al voleo y descendí hacia el camino principal. Continúe hasta el faro. La entrada está en medio de un bosque de mata atlántica y tiene indicaciones para quién se aventure hasta allí. Básicamente explica que si bien el aspecto es de algo medio abandonado, el faro está en funcionamiento y tocar algo que afecte su función es delito y puede causar accidentes.
Rodeé la base del faro que para mi desilusión era bastante bajo, con proporciones mas de un corcho que de un esbelto faro como uno dibujaría si le pidieran que dibujara uno. En el lateral había unas escaleras de madera que conducen a un mirador. Tanto las escaleras como el mirador tienen maderas faltantes lo cuál lo hace un lugar muy peligroso para ir con niños y muy peligroso para cualquier adulto también. Subí con mucho cuidado me tomé una selfie y admiré por menos de un minuto el paisaje, no me sentía para nada seguro allí arriba así que bajé lo mas rápido que pude. Iba sintiendo como la baranda cedía lateralmente ante mi peso, pero resistió y no me caí de milagro.
Emprendí el regreso feliz de haber llegado hasta allí y feliz de que no estuviera lloviendo. La bajada del morro se me hizo mas complicada que la subida. El camino no siempre es en bajada, ya que va sorteando la geografía de la montaña y por momentos tuve que subir en mi camino hacia abajo. Suele pasar que cuando uno salta de una piedra alta a otra mas baja no piensa que después las tiene que saltar en sentido contrario y ahora me estaba pasando eso, o saltaba de forma imposible o trepaba entre dos rocas apoyando mis pies en un tobogán de barro que parecía aceitado para evitar que nadie pase. Mis piernas largas ayudaron y pude pasar el obstáculo, pero me imagino allí a un niño y solo puedo imaginarlo embarrado de pies a cabeza con raspones en los brazos. Igualmente es muy difícil que cualquier humano pensante se aventure allí con las condiciones climáticas con las que fui yo.
Lo admito, fue una locura, estaba empezando a entenderlo en esa parte del camino. Llegué a la playa y puse mis pies en el mar. Debido a que venía caminando con zapatillas mojadas, y corría una brisa importante, mis pies estaban helados, al contacto con el agua me pareció que los metía en agua hirviendo, pero en cuanto se aclimataron pude apreciar que el agua es bastante fría comparándola con las playas del norte de la isla. Luego enjuagué mis pies de la sal y arena y volví a ponerme las zapatillas empapadas. Me detuve nuevamente en la zona de los bares, comí unas galletitas que había llevado, bebí un poco de jugo y emprendí mi camino de regreso.
Esta vez iba en la dirección en la que iban todos, quedé en medio de un grupo que iba lento pisando un colchón de hojas sobre el barro y quejándose de ello cuando en sentido contrario pasó un hombre, la única persona que nos cruzamos en esa dirección.
Nos dijo: "esto no es nada, esperen llegar a la fazenda". Mientras se iba pude ver que sus piernas estaban completamente cubiertas de barro y que no estaba descalzo como pensé originalmente. Sus zapatillas estaban embarradas hasta el último milímetro lo cuál hacía que piernas y zapatillas tuvieran el mismo color y pareciera descalzo.
No tardamos en llegar a la fazenda. Esa parte mas inclinada que comenté al inicio del sendero de ida. La tierra roja era una especie de chocolate espeso semi derretido, como si alguien hubiese dejado el pote de helado abierto por 30 minutos. Dejé que el grupo me pase por completo, no quería que nadie se patine a mis espaldas y me arrastre en caída por el tobogán de barro. El camino tenía un ancho de un metro y una profundidad de unos 60 cm con respecto al campo que atravesaba. A ambos lados estaba delimitado por alambres de púa. Inexorablemente alguien iba a caer, era casi obligatorio que sucediera. Y sucedió varias veces, por supuesto, todos los que iban en ojotas terminaron con su espalda y cola totalmente embarradas, por suerte sin dolores posteriores. Un padre levantó el alambre de púas para que su hijo pase debajo, luego pasó el y caminaron largo trecho del otro lado del alambrado, sobre pasto firme. Intenté hacer lo mismo, pero iba a embarrarme al hacerlo, y la idea de hacerlo era justamente evitar embarrarme. Tuve mis patinazos pero sobreviví al chocolate sin caer. Para cuando terminó el camino tenía las zapatillas totalmente salpicadas de barro rojo, estaba bañado en sudor y las piernas me temblaban del esfuerzo por mantener el equilibrio. Pero estaba feliz. Conocí Naufragados y me gustó muchísimo, recomiendo visitarla un hermoso día de sol sin posibilidad de lluvias que dificulten el camino, la playa es muy linda y por lo que pude notar en un día lluvioso, no está tan desierta como uno imagina, va mucha gente, y hay al menos 5 construcciones de material. Pero llegar a una playa casi desierta a la que se llega solo por un sendero es toda una aventura que cuando se la cuentes a tus amigos te mirarán asombrados.
Finalmente emprendí el largo viaje de regreso en colectivo hasta Canasvieiras, nuevamente cuatro colectivos y paisajes familiares, pequeñas playas con casas sobre el mar, restaurantes de excelencia y paisajes sublimes que ninguna foto tomada desde un colectivo puede hacerle justicia.
Al llegar al hotel tuve que poner a lavar absolutamente toda la ropa que llevaba puesta, desde la remera hasta las medias. Me dí una ducha caliente, me puse ropa seca y me fui caminando feliz hasta el centro para cenar con amigos.
Cada tanto el camino era lo suficientemente recto como para notar que delante mio no caminaba nadie en mi misma dirección, al menos no a una distancia lo suficientemente corta, y tampoco podía ver u oír a nadie viniendo desde atrás, en cambio sí me crucé con varios grupos que venían dejando la playa, seguramente espantados por la proximidad de la tormenta inminente. Y lo bien que hacían en irse antes de que empiece a llover! Yo continué mi camino decidido fervientemente a conocer Naufragados ese día. Llevaba ropa extra en la mochila por si se me mojaba la que tenía puesta.
Ahora se que mas o menos a mitad de camino fue cuando comenzó a lloviznar, en ese momento no sabía si faltaba mucho, poco, nada o si estaba en un camino equivocado, todo lo que sabía era que estaba lloviendo y que la gente solo caminaba en dirección opuesta a la mía. Pero no me desanimé, al contrario, pensé que sería una aventura mayor.
La llovizna dejó de ser tal y se convirtió en un gran aguacero justo cuando se abrió un claro en el camino y pude ver el mar. Corrí a refugiarme bajo el techo de uno de los 2 bares que hay sobre la playa. El bar en ese momento era un caos de gente almorzando cómodamente sentada y de gente refugiándose de la lluvia con todas sus ropas mojadas. Me abrí paso entre la multitud y me ubiqué de tal manera de poder ver mejor la playa apenas abriera un poco la tormenta.
Esperé por unos 20 minutos y poco a poco la tormenta fue disminuyendo. Mientras algunos decidieron volverse a sus casas, yo, que estaba a mas de 70km del hotel, no iba a darme por vencido por unas gotas, no ahora que estaba empapado de pies a cabeza. Me senté en una de las sillas que quedaron libres al irse parte la multitud, me sequé y me puse una remera que traía en la mochila. Intenté tomar algunas fotos, pero aún estaba bastante nublado y lloviznaba.
Mientras esperaba que cesara completamente de llover mi mente comenzó a pensar en el camino de regreso, imaginaba algo de barro en algunos sectores, pero nada podía hacer a esta altura, ya estaba aquí y no me iba a ir sin haber tocado el mar de la playa de Naufragados. Repentinamente un trueno sonó con fuerza y cayó otro aguacero, pero antes de que pudiera amargarme ya estaba parando nuevamente. Esta vez ya casi no caían gotas y el cielo dejaba translucir algunos rayos de sol aunque del celeste cielo no había ni noticias. Tomé mi mochila de la silla en la que la había apoyado y comencé a caminar por la playa en dirección a la punta de la derecha. Allí, sobre el morro y a unos 600 metros del final de la playa se podía apreciar la punta de un faro y era allí a donde yo estaba decidido llegar ese día.
La arena de Naufragados es firme, la playa es amplia y si bien el día no me lo permitió apreciar en su esplendor, el color del mar es maravillosamente azul intenso con unos toques turquesas en la cercanía de la costa y las rocas. Las olas son grandes pero como la arena es casi plana rompen muy lejos de la playa. Antes de llegar al final de la playa hay un arroyo que desemboca al mar y que se cruza caminando sin ningún problema ya que el agua como mucho llega a los tobillos, al menos ese día fue así. Desde el arroyo pude ver a un grupo de personas refugiándose de la ahora casi extinta lluvia, estaban apiñados dentro de una especie de caverna formada por varias piedras enormes, una de ellas haciendo las veces de techo a mas o menos el triple de altura de una persona. Una enredadera la cubría casi por completo y caía como una cortina por el borde de la roca hacia la boca de la caverna.
Dejé atrás esa caverna y comencé a trepar el morro por el sendero. Este sendero me pareció un poco mas complicado que el de llegada a la playa, pero es corto y tampoco es tan terrible, el problema era que la vegetación allí es muy baja y no protege al camino, así que era casi todo barro y costaba escalar algunas partes por que las zapatillas patinaban. Agradecí haber venido en zapatillas, de haberlo hecho en ojotas ya tendría las dos piernas quebradas. Jamás vayan a un sendero en ojotas, aun los días de sol son peligrosos para ir en ojotas, los pies transpiran y la humedad hace que el pie se desplace de lado. Todos los tropezones feos que vi en mis vacaciones fueron de gente que estaba en ojotas metiéndose en caminos y piedras que no fueron hechos para ese calzado.
A unos 300 metros me encontré con unos carteles que indicaban cañones a la derecha, faro a la izquierda. Tomé el camino a la derecha, que al estar en la ladera de la montaña en realidad era para arriba. Es un camino corto y al llegar arriba hay 2 o 3 cañones viejos y abandonados pero con un aspecto mas de una guerra de estas épocas que de la época de la colonia.
No se si era el día gris, la soledad o que, pero no me sentí para nada cómodo allí aunque tenía vista tanto hacia Naufragados como hacia el continente, tomé una foto casi al voleo y descendí hacia el camino principal. Continúe hasta el faro. La entrada está en medio de un bosque de mata atlántica y tiene indicaciones para quién se aventure hasta allí. Básicamente explica que si bien el aspecto es de algo medio abandonado, el faro está en funcionamiento y tocar algo que afecte su función es delito y puede causar accidentes.
Rodeé la base del faro que para mi desilusión era bastante bajo, con proporciones mas de un corcho que de un esbelto faro como uno dibujaría si le pidieran que dibujara uno. En el lateral había unas escaleras de madera que conducen a un mirador. Tanto las escaleras como el mirador tienen maderas faltantes lo cuál lo hace un lugar muy peligroso para ir con niños y muy peligroso para cualquier adulto también. Subí con mucho cuidado me tomé una selfie y admiré por menos de un minuto el paisaje, no me sentía para nada seguro allí arriba así que bajé lo mas rápido que pude. Iba sintiendo como la baranda cedía lateralmente ante mi peso, pero resistió y no me caí de milagro.
Emprendí el regreso feliz de haber llegado hasta allí y feliz de que no estuviera lloviendo. La bajada del morro se me hizo mas complicada que la subida. El camino no siempre es en bajada, ya que va sorteando la geografía de la montaña y por momentos tuve que subir en mi camino hacia abajo. Suele pasar que cuando uno salta de una piedra alta a otra mas baja no piensa que después las tiene que saltar en sentido contrario y ahora me estaba pasando eso, o saltaba de forma imposible o trepaba entre dos rocas apoyando mis pies en un tobogán de barro que parecía aceitado para evitar que nadie pase. Mis piernas largas ayudaron y pude pasar el obstáculo, pero me imagino allí a un niño y solo puedo imaginarlo embarrado de pies a cabeza con raspones en los brazos. Igualmente es muy difícil que cualquier humano pensante se aventure allí con las condiciones climáticas con las que fui yo.
Lo admito, fue una locura, estaba empezando a entenderlo en esa parte del camino. Llegué a la playa y puse mis pies en el mar. Debido a que venía caminando con zapatillas mojadas, y corría una brisa importante, mis pies estaban helados, al contacto con el agua me pareció que los metía en agua hirviendo, pero en cuanto se aclimataron pude apreciar que el agua es bastante fría comparándola con las playas del norte de la isla. Luego enjuagué mis pies de la sal y arena y volví a ponerme las zapatillas empapadas. Me detuve nuevamente en la zona de los bares, comí unas galletitas que había llevado, bebí un poco de jugo y emprendí mi camino de regreso.
Esta vez iba en la dirección en la que iban todos, quedé en medio de un grupo que iba lento pisando un colchón de hojas sobre el barro y quejándose de ello cuando en sentido contrario pasó un hombre, la única persona que nos cruzamos en esa dirección.
Nos dijo: "esto no es nada, esperen llegar a la fazenda". Mientras se iba pude ver que sus piernas estaban completamente cubiertas de barro y que no estaba descalzo como pensé originalmente. Sus zapatillas estaban embarradas hasta el último milímetro lo cuál hacía que piernas y zapatillas tuvieran el mismo color y pareciera descalzo.
No tardamos en llegar a la fazenda. Esa parte mas inclinada que comenté al inicio del sendero de ida. La tierra roja era una especie de chocolate espeso semi derretido, como si alguien hubiese dejado el pote de helado abierto por 30 minutos. Dejé que el grupo me pase por completo, no quería que nadie se patine a mis espaldas y me arrastre en caída por el tobogán de barro. El camino tenía un ancho de un metro y una profundidad de unos 60 cm con respecto al campo que atravesaba. A ambos lados estaba delimitado por alambres de púa. Inexorablemente alguien iba a caer, era casi obligatorio que sucediera. Y sucedió varias veces, por supuesto, todos los que iban en ojotas terminaron con su espalda y cola totalmente embarradas, por suerte sin dolores posteriores. Un padre levantó el alambre de púas para que su hijo pase debajo, luego pasó el y caminaron largo trecho del otro lado del alambrado, sobre pasto firme. Intenté hacer lo mismo, pero iba a embarrarme al hacerlo, y la idea de hacerlo era justamente evitar embarrarme. Tuve mis patinazos pero sobreviví al chocolate sin caer. Para cuando terminó el camino tenía las zapatillas totalmente salpicadas de barro rojo, estaba bañado en sudor y las piernas me temblaban del esfuerzo por mantener el equilibrio. Pero estaba feliz. Conocí Naufragados y me gustó muchísimo, recomiendo visitarla un hermoso día de sol sin posibilidad de lluvias que dificulten el camino, la playa es muy linda y por lo que pude notar en un día lluvioso, no está tan desierta como uno imagina, va mucha gente, y hay al menos 5 construcciones de material. Pero llegar a una playa casi desierta a la que se llega solo por un sendero es toda una aventura que cuando se la cuentes a tus amigos te mirarán asombrados.
Finalmente emprendí el largo viaje de regreso en colectivo hasta Canasvieiras, nuevamente cuatro colectivos y paisajes familiares, pequeñas playas con casas sobre el mar, restaurantes de excelencia y paisajes sublimes que ninguna foto tomada desde un colectivo puede hacerle justicia.
Al llegar al hotel tuve que poner a lavar absolutamente toda la ropa que llevaba puesta, desde la remera hasta las medias. Me dí una ducha caliente, me puse ropa seca y me fui caminando feliz hasta el centro para cenar con amigos.